Po si acaso la luz...
“Cuanto más
transparente debiera ser la luz
vienen
sombras chinescas que,
danzando, se
me burlan.
Y ya no sé si estoy en un amanecer de lo recóndito
o en un atardecer de lo fatídico.
Tal vez por
eso, ahora, cuando pretendo volver a llamar a las cosas por su nombre, me
percato de qué largo ha sido el camino y de qué manera se me han cambiado los
nombres de las cosas.”
Si la poesía
es palabra en el tiempo, cada tiempo ha de tener su palabra; si somos el tiempo
que nos queda, ahora, cuando queda poco por delante, uno cae en la irremediable
tentación de echar la vista atrás y buscar las palabras antiguas. Ya no son
tiempos de esperanzas, de desesperanzas ni de celebraciones, es tiempo de resignaciones.
De que la
vida iba en serio ya no cabe ninguna duda y, aunque tarde, la vida habla y te
advierte de que estás jugando la prórroga, los últimos minutos del descuento.
Por eso, “Por
si acaso la luz…” afronta un viaje memorial, un viaje inverso hacia el origen,
una mirada hacia atrás sin demasiada ira. El eterno retorno de Zaratustra. Un ir en pos de retazos para ajustarlos a un
puzle de momentos sucintos en vívidos universos.
Llegar hasta
la orilla, portador del miedo, y sentir el vértigo del vacío. Buscar una última
rama, no del todo seca, con la que paliar la desnudez.
Virar la
vista y desandar caminos y lugares e indagar,
en los restos de las huellas ya transidas, que dejaron su impronta en el
devenir de lo efímero, en el envés del tiempo.
Regresar a
la casa en que en un tiempo vivimos y en la que nada queda salvo la memoria
vaga de atardeceres lúcidos y amaneceres imprevistos.
Asomar en
las rendijas del tiempo por si se atisban restos de algún rayo de luz sin
trampantojos.
“Porque la sed no se sacia con
palabras
y hay fuegos que no apagan los
carámbanos.
He abierto entradas a lo incierto
y he visto brasa entre cenizas,
luz en tinieblas,
miel entre zarzas.
Porque nunca pasa del todo lo que
pasa.
He limpiado la casa y quedan formas
vivas
entre las cosas olvidadas.”
Olvidar el
olvido y aferrarse al recuerdo, para no estar solo, para no dar por vacuo lo
vivido. Reavivar el escaso rescoldo que reste entre cenizas, y estirar al
límite las trazas de los amores, que permanecen vigentes.
Y rescatar
vivencias para que “vivido” no sea sólo el participio pasivo de la nada.
“Recorridos los tramos finales del
camino, observar, quizás por última vez, tantos objetos como hemos acumulado,
despedirse de ese extraño ser que nos ha ido acompañando todo el trayecto. Poco
antes de entrar en esa “gran noche” de que hablaba Dylan Thomas, mirar con ojos
entornados, ya cansados, hacia delante y ver entonces la grieta que interrumpe
el camino. Pero no espantarse ni huir de
ella, “no me dejo engañar ahora por el miedo / como nunca me deje engañar por
la esperanza”; seguir andando tranquilo y decidido”. *Miguel Baquero
Ya sé que
aquí no va a haber más remedio que hablar de poesía, e incluso de mi poesía,
pero créanme que intento ser sincero, si es que es factible la sinceridad para
con uno mismo: no sé exactamente que es para mí la poesía; ni siquiera tengo
una idea muy clara sobre qué es y qué no es la poesía.
¿Y qué puedo
decir, por tanto, de mi poesía, si es que esto mío es poesía? Uno de los pocos
críticos que se ha ocupado de mis escritos dice que “si tuviésemos que poner
algún marbete a mi poesía estaríamos hablando de poesía existencial centrada en
las angustias del yo”. Vale, yo estaría
de acuerdo si sustituimos la palabra angustia por la palabra pálpito. Un
continuo tomar el pulso al transitar del tiempo, tener consciencia de uno mismo
y dar testimonio de que se sigue vivo.
Digamos que
en la poesía trato de que haya sentimiento y conocimiento. Trato, eso sí, de que sea
sentimiento, que no sea sentimentalismo o sensiblería. Existencialismo en el sentido unamuniano de
“pensar con el corazón y sentir con el cerebro.
Conocimiento
también, pero a la manera de María Zambrano: hacer que la poesía sea el mejor
camino para un saber sobre el alma, un diálogo íntimo con uno mismo para llegar
al mejor conocimiento del yo y a través de ello llegar a una mejor
interconexión con el nosotros.
Y
resumiendo, yo intuyo que, para mí, la poesía no es un fin en sí mismo, más
bien es un medio; un recurso para tratar de encontrarme a mí mismo. Y, tal vez,
como efectos colaterales pero muy útiles y nada secundarios: una manera de
envejecimiento activo y un ahorro en la minuta del sicoanalista.
1 comentario:
Cada tiempo ha de tener su palabra como cada lector debe tener su libro necesario, tal es el caso de Por si acaso la luz...
Un beso desde Cuba
Martha Jacqueline
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