martes, 19 de abril de 2016

Po si acaso la luz...

“Cuanto más transparente debiera ser la luz
vienen sombras chinescas que,
danzando, se me burlan.
 Y ya no sé si estoy en  un amanecer de lo recóndito
 o en un atardecer de lo fatídico.
Tal vez por eso, ahora, cuando pretendo volver a llamar a las cosas por su nombre, me percato de qué largo ha sido el camino y de qué manera se me han cambiado los nombres de las cosas.”
Si la poesía es palabra en el tiempo, cada tiempo ha de tener su palabra; si somos el tiempo que nos queda, ahora, cuando queda poco por delante, uno cae en la irremediable tentación de echar la vista atrás y buscar las palabras antiguas. Ya no son tiempos de esperanzas, de desesperanzas ni de celebraciones, es tiempo de resignaciones.
De que la vida iba en serio ya no cabe ninguna duda y, aunque tarde, la vida habla y te advierte de que estás jugando la prórroga, los últimos minutos del descuento.

Por eso, “Por si acaso la luz…” afronta un viaje memorial, un viaje inverso hacia el origen, una mirada hacia atrás sin demasiada ira. El eterno retorno de Zaratustra.  Un ir en pos de retazos para ajustarlos a un puzle de momentos sucintos en vívidos universos.
Llegar hasta la orilla, portador del miedo, y sentir el vértigo del vacío. Buscar una última rama, no del todo seca, con la que paliar la desnudez.
Virar la vista y desandar caminos y lugares e indagar,  en los restos de las huellas ya transidas, que dejaron su impronta en el devenir de lo efímero, en el envés del tiempo.
Regresar a la casa en que en un tiempo vivimos y en la que nada queda salvo la memoria vaga de atardeceres lúcidos y amaneceres imprevistos.
Asomar en las rendijas del tiempo por si se atisban restos de algún rayo de luz sin trampantojos.
“Porque la sed no se sacia con palabras
y hay fuegos que no apagan los carámbanos.
He abierto entradas a lo incierto
y he visto brasa entre cenizas,
luz en tinieblas,
miel entre zarzas.

Porque nunca pasa del todo lo que pasa.

He limpiado la casa y quedan formas vivas
entre las cosas olvidadas.”

Olvidar el olvido y aferrarse al recuerdo, para no estar solo, para no dar por vacuo lo vivido. Reavivar el escaso rescoldo que reste entre cenizas, y estirar al límite las trazas de los amores, que permanecen vigentes.
Y rescatar vivencias para que “vivido” no sea sólo el participio pasivo de la nada.
“Recorridos los tramos finales del camino, observar, quizás por última vez, tantos objetos como hemos acumulado, despedirse de ese extraño ser que nos ha ido acompañando todo el trayecto. Poco antes de entrar en esa “gran noche” de que hablaba Dylan Thomas, mirar con ojos entornados, ya cansados, hacia delante y ver entonces la grieta que interrumpe el camino. Pero no espantarse  ni huir de ella, “no me dejo engañar ahora por el miedo / como nunca me deje engañar por la esperanza”; seguir andando tranquilo y decidido”. *Miguel Baquero

Ya sé que aquí no va a haber más remedio que hablar de poesía, e incluso de mi poesía, pero créanme que intento ser sincero, si es que es factible la sinceridad para con uno mismo: no sé exactamente que es para mí la poesía; ni siquiera tengo una idea muy clara sobre qué es y qué no es la poesía.
¿Y qué puedo decir, por tanto, de mi poesía, si es que esto mío es poesía? Uno de los pocos críticos que se ha ocupado de mis escritos dice que “si tuviésemos que poner algún marbete a mi poesía estaríamos hablando de poesía existencial centrada en las angustias del yo”.  Vale, yo estaría de acuerdo si sustituimos la palabra angustia por la palabra pálpito. Un continuo tomar el pulso al transitar del tiempo, tener consciencia de uno mismo y dar testimonio de que se sigue vivo.
Digamos que en la poesía trato de que haya sentimiento y conocimiento. Trato, eso sí, de que sea sentimiento, que no sea sentimentalismo o sensiblería.  Existencialismo en el sentido unamuniano de “pensar con el corazón y sentir con el cerebro.
Conocimiento también, pero a la manera de María Zambrano: hacer que la poesía sea el mejor camino para un saber sobre el alma, un diálogo íntimo con uno mismo para llegar al mejor conocimiento del yo y a través de ello llegar a una mejor interconexión con el nosotros.
Y resumiendo, yo intuyo que, para mí, la poesía no es un fin en sí mismo, más bien es un medio; un recurso para tratar de encontrarme a mí mismo. Y, tal vez, como efectos colaterales pero muy útiles y nada secundarios: una manera de envejecimiento activo y un ahorro en la minuta del sicoanalista.


1 comentario:

Martha Jacqueline Iglesias Herrera dijo...

Cada tiempo ha de tener su palabra como cada lector debe tener su libro necesario, tal es el caso de Por si acaso la luz...

Un beso desde Cuba
Martha Jacqueline