La última esperanza.
Se besarán,
serán arrebatados
por el leve peso del espasmo
de una ceguera lúcida.
Se olvidarán
del pasar de la gente,
los ruidos y la noche.
Pasearan su amor por la aceras
rozando las esquinas.
Crearán santuarios indelebles
porque, donde un hombre
y una mujer se aman
bendito es el sitio para siempre.
Dejarán pasar el último tranvía
ajenos al tiempo y la lluvia
que bautiza las palabras nuevas
que estrenan ese día.
Se agarrarán la mano
como se ase la hiedra a los muros olvidados
y vivirán la gloria
de un dios alado que pasa y los saluda.
Sedentarán los bancos angostos de los parques
recónditos.
Se mirarán de frente y, asustados,
no entenderán el temblor con que amanecen.
Sembrarán de hierba y sombra los arriates
preñados de lirios amarillos escondidos.
Sementarán la tarde y sus premuras
con urgentes llamadas a las lunas
que fulgentes les circundan.
(Miro a través de mi ventana
e izo una bandera que saluda
la llegada de los clamores nuevos).
Llenarán de esplendor su primavera
mientras yo siento que mi otoño, macilento,
se revuelve en su sima y reverdece.
Se besarán,
serán amigos de ríos de mares y de brisas.
Poseerán la tierra y los dioses
inclinarán sumisos la cabeza
ante un sueñode nuevo amor que crece y los destrona.
4 comentarios:
Muy bonito, Octavio. Todos tenemos nuestro momento, nuestro segundo mágico antes de ser destronados al instante siguiente
Preciosa descripción de la grandeza del amor y de todo lo que origina a su alrededor...De sus detalles, de su esencia...
"Se agarrarán la mano
como se ase la hiedra a los muros olvidados..."
Me encanta. Será un placer seguir leyéndote. Saludos
César
Siempre es de agradecer un comentario y una visita tuya, Miguel.
Un abrazo.
Cásar, esa palabras, viniendo de un gran poeta como tú, le ensanchan a uno el alma. Gracias.
Éxito en la presentación de tu libro en Bidebarrieta. Prometo no faltar.
Suerte.
Publicar un comentario