viernes, 17 de agosto de 2007

A Juan de Yepes

Feliz aquel que “alza el vuelo hasta alcanzar la caza”
y no le arredran las heridas de las zarzas.
Dichoso el que osa mirar tras de las puerta entornadas
y aguza la mirada en busca del reflejo
de la luz más clara y más diáfana.
Bendito aquel a quien sorprende el día,
“aunque es de noche”;
que no le paran ni hierros ni cerrojos
que ocultan el sol de las mañanas nuevas.
Que trepa por el gótico de piedra;
una piedra de aristas y de ojivas,
que se torna hoguera y llama,
en busca de la serena sonrisa del arcángel.

(Romper la piedra con la fuerza oculta
de un pensamiento que taladra y que descubre
el envés del silencio y de la sombra;
un silencio que brota de estar solo;
solo consigo en si y en la conciencia
por una sonorosa senda serenada).

Dichoso el que piensa que mira desde afuera y cree distanciarse,
y en el instante mismo se percata
que una fuerza vivaz le va absorbiendo.
Dichosa la cúspide del alma que se pierde
en brazos del azul y la distancia.
Dichosa la paz del Verbo hecho palabra.

No hay comentarios: