lunes, 16 de julio de 2012

Siempre nos quedará París

Melieurs souvenirs decadents Es posible que Hemingway mintiera. Es posible que París no sea una fiesta. Puede ser que París no valga misas. Es posible un París sin aguacero en un día mortal para Vallejo. Pero hay una tarde en París ¡ay! una tarde: Florecieron todas las aceras; sonaron todos lo pianos, se abrieron todas las fronteras. ¡Aquella tarde! en que ambos creíamos morirnos de una mutua muerte súbita, porque rompimos el velo a las tinieblas. Estaban cerrando el último semáforo en los Campos Elíseos y, en Concordia, la Madeleine cerraba el paso e impedía dar un efusivo abrazo a Mona Lisa que esgrimía su sonrisa tonti-boba en los salones del Louvre. Margarita Gautier agonizaba y vomitaba la sangre de su romántica tisis. El Sena era un sable que cortaba París en dos orillas. . Yo buscaba a Verlaine por simbólicos caminos. En Montmartre callejeaban los clochard sus miserias etílicas. Toulouse- Lauterc los imitaba, solo, en su rincón del “Moulin Rouge” en loca algarabía. Una multitud de sans-culottes se disputaban el canotiere de Chevalier ante una Mistinguett estremecida. Más allá, al otro lado de la vida, un soldado de guardia resistía ante el fuego de la Place de l´Etoile, Era un soldado americano que volvía de Dunkerque, en Normandía, después del día D y de la hora H Édith Piaf, jilguero agónico, enfermo de melancolía, desde un árbol de copa evanescente se desgañitaba y desgranaba adioses a la vida: “Non, rien de rien Non, je ne regrette rien Ni le bien qu'on m'a fait, ni le mal Tout ça m'est bien égal Non, rien de rien Non, je ne regrette rien C'est payé, balayé, oublié Je me fous du passé Avec mes souvenirs..." Jacques Prever vertía “Paroles” punzantes como dardos mientras apuraba su “café au leite” fumando en la buhardilla: “Il a mis le cafe' Dans la tasse Il a mis le lait Dans la tasse de cafe' Il a mis le sucre Dans le cafe' au lait Avec le petite cuill`ere Il a tourne' Il a bu le cafe' au lait Et il a repose' la tasse...” Abandoné Pigalle en un recuerdo y me marché a inventar poemas melancólicos al patético mercado de las pulgas, en la Puerta de la Lilas. A lo lejos, dibujando el umbral de la otra orilla: ¡Montparnasse, oh, Montparnasse! Dans Le Café de Flore Sartre, con el ojo bizco, desnudaba entre La Nausea y la disputa íntima, a una Juliette Gréco, siempre enlutada ¿Y Simone de Beauvoir? Simone de Beauvoir dictaba, en la Sorbona, conferencias púrpuras sobre el sexo segundo. (Era el año 68 y era mayo pero no conquistamos la Bastilla. ni paramos el mundo, ni encontramos, bajo los adoquines, el más mínimo retazo de una playa) Entre tanto, Modigliani, suicidándose con láudano y absenta, muy meticulosamente dibujaba mujeres alargadas, sublimes, infinitas. Sonaban violines bajo los puentes del Sena; Chagall y Bella, abrazados, encendidos, se elevaban sobre los tejados nevados de la santa Rusia. Soñando con Calígula, Camus, (aquel argelino que jugaba al fútbol de portero), después de escribir El Extranjero y La Peste, se dejaba los sesos derramados en la ruta. Pablo Picasso retrataba, sin otro entusiasmo que la pasta, a Gertrude Stein, la rica lesbiana americana, que sin pausa repetía: "Una rosa es una rosa es una rosa es una………." No sé si París era una fiesta sólo para Hemingway y su pandilla. Pero hay un París en primavera. Hay en París un jueves ¡ay! un jueves libre de bridas y ataduras, hay un París a dentelladas urgentes y febriles. Hay un París sin aguacero, sin frenos y sin prisas, mezclado con delirios anacrónicos, Un París sembrado por las oníricas huellas de aquellas mariposas amarillas. Siempre nos quedará un París clavándonos la huella de su espíritu en el éxtasis mirífico de nuestros libérrimos vuelos, por estrenados cielos bermellones. Una tarde en París ¡ay una tarde!: Florecieron todas las aceras; sonaron todos lo pianos se abrieron todas las fronteras. Aquella tarde en que ambos creíamos morirnos de una mutua muerte súbita, cuando rompimos el velo a las tinieblas.

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