viernes, 26 de octubre de 2007

Frío.

Trato de alcanzar las últimas palomas
que huyeron de tu halda.
Busco el lecho de azucenas de tu pecho.
Se ha hecho de noche y el gavilán acecha
tras el recio portón de las troneras.
Sigo buscando el ideal que nunca llega.
Sigo el rastro del parterre de rosas y de risas
al lado de aquel río que no cesa.
Aquel río de las tardes alejadas,
cuando, apoyada la cabeza dolorida en tu regazo,
yo era un niño abandonado
balbuciente de versos y de besos prematuros.
Sigo buscando la seda de tus dedos
siguiendo la huella del surco de mi nuca.
Sigue vivendo en mí el niño abandonado
que huyó de casa en busca de otra casa
sigiéndole los pasos a un lucero.
Regreso al nacimiento vacilante en que se funden
aquel río y aquel niño, que luego se hizo hombre
sin que nadie lo avisara.

Y ahora, sólo quiero:
la seda de tus dedos,
el lecho de tu pecho,
el calor de tu halda,
porque se acerca Enero y tengo miedo;
porque se hace de noche...y tengo frío.
(Están heladas las aguas de aquel río,
aunque a veces la ternura se me escape
a través del carámbano y la escarcha).

4 comentarios:

Mamen Alegre dijo...

No es frío lo que se siente al leer este poema, pues es cálido y envolvente. Es un pellizco a la vida, es una dulce nostalgia de otoño.

Precioso.

Maribel Sánchez dijo...

Merece la pena indaga por la red y llegar hasta aquí.

Un abrazo compañero.

Ignacio G.R: Gavilán dijo...

Hacía ya bastantes días que no me pasaba por aquí. Y hoy me he encontrado esta pequeña joya.

Me ha gustado mucho este poema, Octavio.

Octavio dijo...

Sois todos muy amables. Gracias por vuestra visita y vuestros comentarios.
Octavio