sábado, 24 de agosto de 2013

Retazos III

Niebla en la memoria.

A veces el verano traía mucha prisa
y un extraño bochorno me llenaba de una inquietud desconocida.
Porque yo era aún un pan reciente apenas fermentado
y un vello lacio y ralo me caía por el mentón abajo.
Me escapaba de casa a la hora en que ronda la siesta
y bajaba hasta el río donde la muchacha agreste
que tal vez creía o quizá no creía que nadie la miraba,
cuidaba las cabras y a veces se bañaba desnuda
en las aguas tibias del río que ya estaba en calma.
Yo llevaba una vara de caña y un sedal y un anzuelo y me iba acercando.
Me mezclaba diluido en la sombra
de los álamos tiernos, como disimulando.
Ella sabía que yo vigilaba pero se mostraba
mezclando el orgullo y el miedo.
Se guardaba entre  cañas
porque veía venir a los hombres del campo
con la azada cargada en el hombro
y la boina raída calada hasta frenar la frente.
El color de la tierra en las manos
y de la ceniza en el sudor,  que era áspero, hiriente.
.
Tímido, yo,  regresaba  a la plaza del pueblo a sentarme a la sombra
de la enorme negrilla de junto a la iglesia, sintiendo vergüenza.

En el otro verano, cuando  regresé huyendo
de la ciudad siniestra, de la ciudad sin árboles
ni campo
ni viñas
ni manzanos,
y seguía con el vello
que apenas si había continuado brotando,
 los granos de la cara
que luchaban entre ellos por encontrar espacio,
cuando iba a sentarme a la sombra de la vieja negrilla,
vi pasar a la agreste muchacha,
la muchacha que cuida  las cabras,
cargada con la barriga ancha.

Me acordé del cabrón que solícito hendía a las cabras
y pensé de los hombres de la azada en el hombro y la boina calada.
Y aunque estaba a la sombra de la vieja negrilla
y el calor no era fuerte en el nuevo verano
que llegaba  con cierto retraso,
yo sentía el bochorno de saber que era ajeno
y no concebía nada
de las cosas extrañas que tiene la vida.

Regresé nuevamente  con la intriga dibujada en la cara,
desterrado,
a la vieja ciudad con murallas; con las calles pobladas de arcadas;
con hileras de luz macilenta; sin viñas, sin campos,
sin ríos, sin rojas manzanas,
donde sólo veía a las nubes compactas, cual guedejas de lana,
si salía a los bordes confusos donde empieza el campo
y la ciudad se acaba.
Y buscaba anhelante a la agreste muchacha
cuidando a las cabras….
 Pero ni ella ni las cabras estaban.




1 comentario:

Ángela dijo...

Empecé mi día con ésta lectura ! Bello poema.