sábado, 20 de noviembre de 2010

Crepuscular.

Nace el silencio y la soledad asoma al borde del vacío,
cuando el hastío y el tedio señorean en el reino de los sueños.
Ni un alegato surge para avivar la llama que fenece.
Es preferible sentarse y mirar fuera, por si un pájaro
entona el trino triste de Tosca y lanza un último vahído.

Es la tímida luz del límite del día
en que se intuyen certezas de verdades nítidas
y una sensación de paz prolífica y profunda
se dispersa por el orbe del espíritu.
Uno piensa
que aún le quedan brumas de esperanza
entre lo que la noche ofusca.

Cesa la crueldad y el firmamento nace
como una bendición, como agua tibia.
Una ducha matinal de beneplácitos
para disolver las manchas de la noche.

En un continuo ondular de olas y sueños
la noche se rompe contra el fulgor del alba,
sangrando entre las rocas y las sombras.
Deja estelas de granos robados a la arena
en su continuo lagrimeo de clepsidra.
El mar padece una eclosión de nieblas
y son pañuelos de adioses las espumas.

Mi noche sigue ciega en el estanque,
varada entre nenúfares sin orden;
se quiebran los juncos de la orilla y huye el tiempo
en larguísimas despedidas sobrepuestas.

Ahora, a solas y contrito, considero
que me he dejado engañar por mucho tiempo
e, inútilmente,
me he permitido dilapidar la vida en espejismos,
mientras otros marcaban mi camino.
Confieso, al borde del último crepúsculo,
que he cedido en préstamo la vida;
que me han vivido la vida…¡tan deprisa!

El crepúsculo se queda reducido
al común denominador de las ausencias.

1 comentario:

Miguel Baquero dijo...

Siempre un placer pasearse por aquí